Microrrelato GANADOR

Vendo piso sin estrenar

Saber de finanzas personales me hubiese salvado. Pero no sabía y me vi obligada a ignorar mi ilusión y tragarme la decepción. Aquella mañana, con el alma dolorida y cero inspiración, pasé horas mirando el ordenador. No daba con las palabras. Cada vez que me ponía a escribir tenía que tragarme una densa angustia con sabor a la sal de las lágrimas contenidas.

Nadie me había dicho que, antes de comprar mi primer piso, debería haber tenido ahorrado un 30% de su precio. Un 20% para la entrada y otro 10% para impuestos. Nadie me había explicado que la cuota de la hipoteca no podía ser más del 50% de mi sueldo. Porque, simplemente, no daba. No sabía que el precio de la electricidad se duplicaría o lo importante que podía ser una calefacción central o individual. Pero es que tampoco se me ocurrió preguntar. Y, sobre todo, nunca pude imaginar lo duro que era vivir contando coca-colas.

Había intentado buscar otro trabajo los fines de semana para poder llegar a fin de mes. Había intentado pedir favores a todo el mundo. Pero no fue suficiente. Y el día no tenía más horas ni la noche menos sueños.

Y ahí seguía delante del ordenador. Incapaz de escribir el simple anuncio para vender el piso que no podía pagar. Sin piso y sin palabras. No sabía si era cierto o solo una leyenda urbana, pero una vez leí que Hemingway había escrito uno de los cuentos más emotivos utilizando sólo seis palabras: “Vendo patucos de bebé sin estrenar”. O algo así.

Le entraron ganas de llorar. Por el bebé, por el piso y por la ilusión perdida. A falta de palabras propias, decidió tomar prestadas las del famoso autor y escribió “Vendo piso sin estrenar”. Y, a lo mejor, si le sobraba algo, podría estudiar finanzas básicas. Para que no le volviera a pasar.